En la Olimpiada Mundial de Ajedrez de 1952, celebrada en Helsinki, la Unión Soviética hizo su debut oficial con una selección de élite. Sin embargo, el campeón mundial vigente, Mijaíl Botvinnik, fue excluido del equipo en medio de un escándalo interno que reveló tensiones políticas, rivalidades personales y decisiones estratégicas que marcaron un antes y un después en la historia del ajedrez soviético.
Desde 1948, Botvinnik era el símbolo del ajedrez soviético. Había ganado el título mundial en el torneo de La Haya/Moscú tras la muerte de Alekhine, y su figura encarnaba el ideal del intelectual comunista: ingeniero eléctrico, teórico del ajedrez y militante disciplinado. Su estilo científico y su cercanía al aparato estatal lo convirtieron en una figura respetada, pero también temida. En 1952, mientras preparaba su tesis doctoral, redujo su actividad competitiva. Aunque seguía siendo campeón del mundo, sus resultados recientes eran irregulares: en el Campeonato de la URSS quedó quinto, y en el Memorial Maróczy en Budapest perdió ante rivales menores como József Szily.
Durante la preparación para Helsinki, se organizó un torneo interno entre “veteranos” (Botvinnik, Keres, Smyslov, Kotov) y “jóvenes” (Bronstein, Geller, Boleslavsky, Petrosian). Botvinnik perdió ante Boleslavsky y mostró un nivel inferior al esperado. Esto generó dudas sobre su inclusión en la primera mesa, donde se esperaba que enfrentara al estadounidense Samuel Reshevsky. La preocupación no era solo deportiva: una derrota del campeón mundial ante un estadounidense sería un golpe simbólico para la propaganda soviética.
En una reunión interna del equipo, Alexander Kotov, amigo cercano del jefe de la Federación Soviética, Dmitri Postnikov, propuso que Paul Keres ocupara la primera mesa. Botvinnik fue apartado del equipo titular, y Kotov entró como suplente. La decisión fue respaldada por varios jugadores, aunque figuras como Geller e Isaac Boleslavsky se opusieron. La escena más recordada de este episodio ocurrió cuando Botvinnik, dolido, se acercó a Vasili Smyslov y le preguntó: “¿Usted dijo que yo no sé jugar ajedrez?” Smyslov, mientras se cepillaba los dientes, respondió: “No pensé que eso se sabría”.
El vice de la FIDE y asistente de Botvinnik, Viacheslav Ragózin, adoptó una postura neutral durante la reunión. Botvinnik lo consideró un acto de traición y lo reemplazó por Yuri Averbaj y el maestro Kan en su equipo de preparación. La URSS ganó la Olimpiada, pero con dificultades: Keres tuvo un rendimiento discreto en la primera mesa, y el equipo empató 2–2 contra Estados Unidos. La ausencia de Botvinnik fue notoria.
Lejos de hundirse, Botvinnik canalizó la exclusión como motivación. En el Campeonato de la URSS de 1952 venció a Keres, Bronstein y Geller, compartió el primer lugar con Mark Taimanov y ganó el match de desempate. Su partida contra Keres en Moscú 1952, con una brillante ejecución del Gambito Dama Rehusado, demostró que su nivel seguía intacto. En los años siguientes, defendió su título mundial contra Smyslov y Mijaíl Tal, consolidando su legado como el patriarca del ajedrez soviético.
Con el tiempo, Botvinnik se reconcilió con Smyslov y Keres, con quienes compartió largas conversaciones en sus dachas. Sin embargo, nunca perdonó a David Bronstein, con quien mantuvo una enemistad hasta el final de sus vidas. La exclusión de Botvinnik en 1952 no fue un simple ajuste técnico: fue una decisión cargada de implicaciones ideológicas, institucionales y humanas. Revela cómo el ajedrez, en el contexto soviético, era mucho más que un juego: era una herramienta de poder, prestigio y control. Botvinnik, el campeón marginado, supo transformar la humillación en una victoria personal e histórica.
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